Tuesday, January 03, 2012

¡No hay salud!

¡Solucionado el problema!, ¿se acuerda que le conté que en un hospital público de la zona oeste de la capital atendían a los pacientes en sillas de ruedas y en las salas de espera? Bueno, desde hace tres semanas, no hay ninguna queja, ¿qué pasó, se conmovieron las autoridades, despidieron a unos cuántos zánganos del Ministerio del Interior que estaban contratados como asesores en seguridad pública y control de la delincuencia y con esos millones compraron camas para los enfermos pobres?¡ Nooo!, nada de eso, como se le ocurre. Resulta que por la calle Portales, cerquita del hospital, está la sede del Club Deportivo “Los wachiturros del gotán”, mezcla rara de modernidad y sentimiento gaucho; el presidente del club, don “Luchito” para más señas, se conmovió y como el hombre es emprendedor, partió para el hospital con unas cuantas mesas que sacó de la sede del club y organizó un “pulento” campeonato de brisca entre los aburridos pacientes. Total, si ya estaban sentados y no tenían nada que hacer, qué mejor que tirar las manos un rato mientras el suero y los remedios iban lentamente ingresando a las venas, ¿no le parece? Según las bases del campeonato, si el enfermito está como que entrega las herramientas, algo así como que está más para el otro lado que para éste, tiene derecho a participar a través de un acompañante. Ha tenido tanto éxito la iniciativa, que debieron conseguir más mesas y organizar una competencia de dominó, una de cacho y también hay tres parejas de enfermos esperando el inicio del campeonato de carioca. Aclara mi perro Horacio que los juegos se llevan a cabo ininterrumpidamente, por lo que si un enfermo es hospitalizado a las tres de la mañana, a eso de las cinco o cinco y cuarto ya está participando, ya sea por la copa Ánfora o en la serie “Camino al Cielo”, dependerá del estado en que el individuo llegue.
Pero no se crea que todo ha sido como miel sobre hojuelas, ¡nada de eso! En primer lugar, se debieron prohibir las apuestas, ya que más de algún paciente se retiraba de la sala de juego, ¡perdón!, de espera, con tres botellas de suero y dos indovenosas, las que dijo habérselas ganado al enfermo de la silla cuatro y más encima con un capote. Además, se no se aceptan jugadores o jugadoras que pertenezcan al personal del establecimiento, dado que en el piso siete y mientras la enfermera de turno se atravesaba con el chancho seis, una viejita se ahogaba por que no le habían cambiado el tubo de oxígeno. El otro inconveniente es que ahora los enfermos rechazan las camas y exigen ser hospitalizados en las salas de espera y en sillas de ruedas e incluso sillas plásticas, total, entre estar acostado y mirando para el techo las 24 horas de los larguísimos días, es preferible el dolor del trasero y entretenerse tirando cartas y naipes. En consecuencia, ahora sobran camas y faltan sillas. Se estudia reformular el presupuesto del hospital y construir más salas de espera con sus correspondientes sillas de hospitalización, los naipes y las cartas se comprarán por medio de la caja chica, don Luchito será adscrito a la planta de trabajadores no remunerados y el ministro de salud contratará a un funcionario del partido para el cargo de coordinador de juegos de salud, cuya labor será hacer nada y recibir una suma mensual de $5.600.000 al mes. Es decir, hay que institucionalizar el sistema de juegos de salud como una terapia, ya que ayuda a los pacientes, ahorra recursos fiscales y permite que un sinvergüenza se lleve una tajada del interminable desposte del animal.
A propósito de animales, mi perro Horacio opina que aquí el único al que vale la pena destacar es a don Luchito, tanto, que cuando mi perro se acuerda de él se “le pianta un lagrimón”. Don Luchito es quién verdaderamente merece ser autoridad y representante popular, no esos descriteriados que ya empezaron a rayar murallas, a colocar lienzos y a escribir estupideces en panfletos que hoy se reciben en las casas de todas las comunas, para que en octubre volvamos a ser imbéciles y votemos por ellos en las elecciones municipales. Los mismos aprovechadores que hemos elegido una y otra vez para que nos metan el dedo en la boca y el dinero en su bolsillo cuando nomás se les presenta la oportunidad.

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