Transantiago o la aventura de movilizarse.
La modernidad tiene sus costos. Para ingresar a ella, usted tiene que levantarse dos horas más temprano y si antes demoraba una hora y media en un trayecto de 25 kilómetros, ahora –modernamente- se demorará entre dos y dos horas y media, tomando primero un bus de acercamiento desde la zona roja hasta la zona amarilla, luego hará un trasbordo a un móvil de color jaspeado que lo llevará raudamente hasta Melipilla, para continuar su viaje de regreso iniciado en La Pintana hasta un troncal que lo dejará en las puertas del Metro Terminal Puente Alto hasta llegar a su destino. Eso, sólo de ida ya que el viaje de regreso debe hacerse por Batuco, vía troncal Lampa.
Cuando vivíamos en la oscuridad del retraso, se usaba apenas un microbús para unir los mismos puntos, a un costo menor en tiempo y dinero, se caminaba menos y se podía estar algunas horas más junto a la familia. Pero claro, esos tiempos pasaron y ahora hay que abrirse a las maravillas que nos brinda la concertraición y gozar de la dicha de tener que caminar entre ocho y diez cuadras y esperar una hora para que pase el bus de alejamiento. No hay palabras para describir la dicha, la algarabía el placer y el contento que experimentan las ochocientas personas apiñadas en el paradero esperando que pase el moderno transporte público que, con suerte, se llevará a diez. Se espera que la alegría del plantón sea aún más placentera cuando haya que hacerlo con lluvia, frío y escolares que aportarán con intelectuales comentarios.
Pese a todos los comentarios adversos, (¿no será que los comunistas están soliviantando a las masas?) los ministros y secretarios concertraicionistas opinan que todo está bien y que las “pequeñas” dificultades se irán solucionando a medida que la gente vaya conociendo el sistema y se adapte a esta nueva cultura donde estar parado dos horas en las calles de Santiago como santo huevón es un signo inequívoco de que el modernismo llegó para quedarse.
Mi indignado perro Horacio no entiende como es posible que 5.600 buses vayan a reemplazar a 8.000 micros amarillas, las mismas que no daban abasto en las horas punta, brindando un servicio caro y malo. Pero sucede que este es peor y más caro aún. Además, no se explica como están metidos Agarrete y seguramente Rapiñaquis en el desgraciado plan, si eran ellos precisamente los causantes de casi todos los males del anterior sistema. A mi olfativo perro le late que aquí hay un tremendo gato encerrado, que seguramente se ha repartido “tellebi” a diestra y siniestra o que aquellos que idearon el sistema son más tontos que andar para atrás, pues de otra manera sería imposible tanta desgracia aplicada a mansalva contra los más pobres, aumentada con declaraciones idiotas que a nadie convencen. Si hasta la Petunia está metida en el baile, con comentarios insulsos (¡buena, Chávez!) y de cero aporte, como ha sido habitual costumbre de la individua en cuestión.
Cuando vivíamos en la oscuridad del retraso, se usaba apenas un microbús para unir los mismos puntos, a un costo menor en tiempo y dinero, se caminaba menos y se podía estar algunas horas más junto a la familia. Pero claro, esos tiempos pasaron y ahora hay que abrirse a las maravillas que nos brinda la concertraición y gozar de la dicha de tener que caminar entre ocho y diez cuadras y esperar una hora para que pase el bus de alejamiento. No hay palabras para describir la dicha, la algarabía el placer y el contento que experimentan las ochocientas personas apiñadas en el paradero esperando que pase el moderno transporte público que, con suerte, se llevará a diez. Se espera que la alegría del plantón sea aún más placentera cuando haya que hacerlo con lluvia, frío y escolares que aportarán con intelectuales comentarios.
Pese a todos los comentarios adversos, (¿no será que los comunistas están soliviantando a las masas?) los ministros y secretarios concertraicionistas opinan que todo está bien y que las “pequeñas” dificultades se irán solucionando a medida que la gente vaya conociendo el sistema y se adapte a esta nueva cultura donde estar parado dos horas en las calles de Santiago como santo huevón es un signo inequívoco de que el modernismo llegó para quedarse.
Mi indignado perro Horacio no entiende como es posible que 5.600 buses vayan a reemplazar a 8.000 micros amarillas, las mismas que no daban abasto en las horas punta, brindando un servicio caro y malo. Pero sucede que este es peor y más caro aún. Además, no se explica como están metidos Agarrete y seguramente Rapiñaquis en el desgraciado plan, si eran ellos precisamente los causantes de casi todos los males del anterior sistema. A mi olfativo perro le late que aquí hay un tremendo gato encerrado, que seguramente se ha repartido “tellebi” a diestra y siniestra o que aquellos que idearon el sistema son más tontos que andar para atrás, pues de otra manera sería imposible tanta desgracia aplicada a mansalva contra los más pobres, aumentada con declaraciones idiotas que a nadie convencen. Si hasta la Petunia está metida en el baile, con comentarios insulsos (¡buena, Chávez!) y de cero aporte, como ha sido habitual costumbre de la individua en cuestión.
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