Thursday, September 14, 2006

Celebration!, oh! yeah!

Apoteósicos, por decir lo menos, han resultado los festejos organizados en la capital con motivo de la celebración del 33° aniversario de la asunción al poder del primer delincuente de la patria en su grado de sátrapa, generador de la desgracia e infelicidad popular que hasta nuestros días perduran en esta larga y angosta faja de tierra. Sin embargo, no faltan los desorientados que no entienden el sentido, la gestualidad y representación que alcanzan los actos desarrollados, limitándose a condenar el producto de las instalaciones artísticas llevadas a cabo para conmemorar ese martes de horror, como dijeran los muchachos del célebre grupo Los Tres.
Se alzaron voces descalificadoras que criticaron con saña la representación casi real del asalto con rockets al palacio presidencial, expresada en una diminuta bomba molotov ardiendo en una ventana de La Moneda. Los actores participantes aclaran que el presupuesto no permitió contratar aviones con proyectiles para destruir e incendiar casi por completo la casa de Gobierno, tal como lo hizo el maldito el 11/09/73 sin que hasta la fecha haya sido juzgado y, por el contrario, todavía existen sectores que lo aplauden por tamaña tropelía. Agregan que los “desmanes” causados por el primer criminal no tenían autorización de la Intendencia respectiva.
Nada más ilustrativo ni más adecuado que los asaltos a sucursales bancarias en esta fecha, pues representan la forma en que el sicario se hizo de considerable fortuna, son millones los que pasaron a sus cuentas y según percibe la población, todavía no es formalizado por esos cargos, que significan bastante más que quebraduras de vidrios y sustracción de equipos computacionales.
En las poblaciones, el imaginario popular y su innegable creatividad, ha reproducido de la manera más fiel posible los allanamientos, las detenciones, los atropellos, los saqueos, los crímenes y las vejaciones llevadas a cabo por las fuerzas armadas en nombre del innombrable en aquellos infames días de septiembre del año maldito. Si no ocuparon tanques, ametralladoras, lanza cohetes, helicópteros y armamento de grueso calibre, fue porque los encargados de velar las armas las tienen para defensa exclusiva de la soberanía nacional (¡sóplame este ojo!). No se lograron llevar a cabo fusilamientos, torturas y desapariciones porque no se presentaron voluntarios para efectuar este tipo de actos cargados de simbolismo y de recuerdo en homenaje al primer carnicero de Chile. Existe confianza en que para la celebración de los treinta y cinco años, algunos partidarios de la bota militar se ofrezcan a poner su pecho delante de los fusileros y acepten ser lanzados desde algún transporte aéreo o simplemente sus cuerpos naveguen por las contaminadas aguas del Mapocho. Modestamente, los pobladores de la periferia metropolitana han celebrado usando neumáticos, pistolas y escopetas hechizas para jolgorio y algarabía de los carabineros, participantes activos de las magnas celebraciones del once.
Mi perro Horacio, totalmente tiznado y oliendo fuertemente a humo, no entiende la actitud condenatoria de los concertraicionistas encargados de vigilar el orden público, espantados por el calibre de las manifestaciones juveniles. La pregunta que se hace mi perro es: ¿qué esperaban?, ¿coros cantando loas al hijo predilecto del Mandinga?, ¿bailes y cantos de alabanza al sistema instalado por el híbrido mezcla de burro y de gorila y que ellos se han encargado de profundizar?... Mi esclarecido can está convencido que las manifestaciones producidas el último once de septiembre representan fielmente a los hijos producidos por la dictadura y también por la concertraición, muchachos que no tienen futuro en este tipo de sociedad, a menos que se dediquen a la rapiña, al coimeo y al arreglín de bigotes tal como sucede en nuestros días y donde la juventud, fundamentalmente aquella de escasos recursos, no tiene ni pito que tocar, apenas un neumático para quemar (aquí se las dio de poeta este perro). En consecuencia, ante la falta de oportunidades, con una mala educación, con millones de jóvenes que no están “ni ahí”, con sinvergüenzeo a diestra y siniestra y con todas las calamidades que el sistema ofrece, difícilmente veremos al futuro de Chile repartiendo claveles por las calles los próximos aniversarios del golpe militar, sin olvidar que la violencia y la delincuencia son responsabilidad de todos, principalmente del contubernio empresarios-concertraición y que seguramente tratarán de “solucionar” a través de una mesa de diálogo o de una comisión.

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