Peores que el sátrapa
Como era de esperar, la muerte de tantos peces en el río Mataquito, no fue obra de un suicidio colectivo, tampoco los peces murieron porque a lo mejor lo cruzó el asesino prófugo de la justicia Iturriaga, no murió de puñalada, quien mató a Gaete, el copete, el copete. Por mucho que el río Mata y poquito, una vez más ha sido la acción criminal de Celco, empresa perteneciente al grupo económico más poderoso del país y, contra todo lo que se diga, altamente responsable… de todos y cada uno de los desastres ecológicos ocurridos dondequiera que lleven a cabo su acción destructora.
Mi perro Horacio no se explica como el borrachín del norte no ha contratado aún a este gigante y lo ha llevado a Irak, para que en muy poco tiempo y sin necesidad de cañones y bombas, sin uniformes, sin balas, sin tanques, no deje piedra sobre piedra en toda esa región, arrasándola por completo en menos que de lo que canta un cisne. No es necesario hacer ningún análisis científico para demostrar que esta empresa es más mala que una limonada de ajos y peor que el fenecido sátrapa. Mi perro está convencido que entre tomar ácido muriático y vivir al lado de una planta de Celco, es preferible el ácido. Si usted quiere morir pronto, ya no es necesario que le pegue una patada en el que te dije a un paco de servicio, ahora basta con que se instale por un corto tiempo al lado del río y se bañe en los residuos con que Celco nos favorece, su camino a los brazos del Mandinga quedarán certificados según la norma ISO 14.001, ¡decisiones!, todo cuesta, alguien gana, alguien pierde ¡ciudadanía!
Contra todo lo que se pueda decir, la desgracia es aún mayor, ya que los líquidos venenosos repartidos por el río han llegado a la desembocadura, han penetrado en el mar y han producido la muerte de una colonia de choros zapatos, por lo que tendremos muchas menos posibilidades de comernos, ojalá una vez por semana como mínimo, un choro gordo, grande, fresco, limpio y jugoso como los que se estaban criando en el río Mataquito. Por suerte no se habían establecido aún en esas aguas, colonias de picorocos. De lo contrario, la infamia de Celco sería aún mayor, privándonos del choro y matándonos el picoroco. Sólo nos habría quedado el consuelo de trasladarnos hasta la Región del Bio-Bio y consolarnos recogiendo pelillo, entiendo que ha podido sobrevivir a los derrames de petróleo de Enap.
A la falta de control sobre estos delincuentes, criminales, depredadores, salvajes, insiminecupitres, se añade el descuido y el abandono del resto de riquezas naturales en zonas extremas; se ha perdido ¡un lago! y eso sí que no se puede permitir, se debe hacer un sumario administrativo, nombrar un ministro en visita hasta que aparezca la especie birlada. Por ahora, se sospecha de ciertas autoridades regionales, las que habrían actuado en connivencia con parlamentarios opositores, pues una sustracción tan grande necesita de un consenso entre los binominales australes.
Mi perro Horacio no es capaz de comprender cómo pueden existir seres humanos tan tristemente desgraciados, a los que no les basta con tener en sus bóvedas miles y miles de millones de dólares, sino que, con el fin de ganar una moneda más, son capaces de vender hasta a sus madres y capaz que no se arruguen para mandar a sus hijas a que satisfagan los canallas y pervertidos deseos de algún Zacarach si es que eso les significa un dólar o un euro que añadir a sus cuentas. Por eso no es de extrañar que estos “empresarios” pretendan ahorrar en tecnologías descontaminantes de última generación como las que se usan en los países desarrollados y prefieran matar a cuanto ser viviente se cruce en su camino, total, no les sale ni por curados. Termina mi perro recordando un canto escuchado allende Los Andes, a propósito de un caso de contaminación de un cauce de aguas: ¡salí del río, salí del río, salí del río la puta que te parió!
Mi perro Horacio no se explica como el borrachín del norte no ha contratado aún a este gigante y lo ha llevado a Irak, para que en muy poco tiempo y sin necesidad de cañones y bombas, sin uniformes, sin balas, sin tanques, no deje piedra sobre piedra en toda esa región, arrasándola por completo en menos que de lo que canta un cisne. No es necesario hacer ningún análisis científico para demostrar que esta empresa es más mala que una limonada de ajos y peor que el fenecido sátrapa. Mi perro está convencido que entre tomar ácido muriático y vivir al lado de una planta de Celco, es preferible el ácido. Si usted quiere morir pronto, ya no es necesario que le pegue una patada en el que te dije a un paco de servicio, ahora basta con que se instale por un corto tiempo al lado del río y se bañe en los residuos con que Celco nos favorece, su camino a los brazos del Mandinga quedarán certificados según la norma ISO 14.001, ¡decisiones!, todo cuesta, alguien gana, alguien pierde ¡ciudadanía!
Contra todo lo que se pueda decir, la desgracia es aún mayor, ya que los líquidos venenosos repartidos por el río han llegado a la desembocadura, han penetrado en el mar y han producido la muerte de una colonia de choros zapatos, por lo que tendremos muchas menos posibilidades de comernos, ojalá una vez por semana como mínimo, un choro gordo, grande, fresco, limpio y jugoso como los que se estaban criando en el río Mataquito. Por suerte no se habían establecido aún en esas aguas, colonias de picorocos. De lo contrario, la infamia de Celco sería aún mayor, privándonos del choro y matándonos el picoroco. Sólo nos habría quedado el consuelo de trasladarnos hasta la Región del Bio-Bio y consolarnos recogiendo pelillo, entiendo que ha podido sobrevivir a los derrames de petróleo de Enap.
A la falta de control sobre estos delincuentes, criminales, depredadores, salvajes, insiminecupitres, se añade el descuido y el abandono del resto de riquezas naturales en zonas extremas; se ha perdido ¡un lago! y eso sí que no se puede permitir, se debe hacer un sumario administrativo, nombrar un ministro en visita hasta que aparezca la especie birlada. Por ahora, se sospecha de ciertas autoridades regionales, las que habrían actuado en connivencia con parlamentarios opositores, pues una sustracción tan grande necesita de un consenso entre los binominales australes.
Mi perro Horacio no es capaz de comprender cómo pueden existir seres humanos tan tristemente desgraciados, a los que no les basta con tener en sus bóvedas miles y miles de millones de dólares, sino que, con el fin de ganar una moneda más, son capaces de vender hasta a sus madres y capaz que no se arruguen para mandar a sus hijas a que satisfagan los canallas y pervertidos deseos de algún Zacarach si es que eso les significa un dólar o un euro que añadir a sus cuentas. Por eso no es de extrañar que estos “empresarios” pretendan ahorrar en tecnologías descontaminantes de última generación como las que se usan en los países desarrollados y prefieran matar a cuanto ser viviente se cruce en su camino, total, no les sale ni por curados. Termina mi perro recordando un canto escuchado allende Los Andes, a propósito de un caso de contaminación de un cauce de aguas: ¡salí del río, salí del río, salí del río la puta que te parió!
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