Friday, November 19, 2010

Delincuentes escolares

Una vez más, la televisión chilena nos muestra, horrorizada, a una pareja de adolescentes estudiantes que, a los dieciséis años, han entrado a robar a la casa del embajador de Chile en Argentina, señor Adolfo Zaldívar. Como si esto fuera poco, lo han hecho con inusitada violencia, golpeando a la empleada doméstica de la residencia, también conocida como asesora del hogar o “nana”, denominaciones usadas para un mismo cargo en este eufemístico país.
Entrevistados los profesores del liceo donde asistían el muchacho y la muchacha ahora convertidos en delincuentes, coincidieron en señalar que se trataba de alumnos con un comportamiento distinto al resto, indicio claro de la extraviada conducta que observaron al cometer su acto ilícito.
De partida, dijo la profesora de lenguaje, no usaron durante el último semestre el vocablo ¿cachai?, no arrastraron las eses y dejaron de garabatear hace más o menos cuatro meses. Como si no bastara con estas muestras de una fulminante desadaptación, habían adquirido la costumbre de saludar a cada uno de los profesores que ingresaba a la sala y no se unieron a la golpiza que los 43 alumnos restantes del curso le propinaron al profesor de inglés cuando éste tuvo la osadía de hacerles una prueba sorpresa.
Muestra evidente de su extravío mental era la conducta que ambos mantenían en los recreos y salidas del colegio. En concreto, hace ¡un año! que ella no mechoneaba a alguna de las otras alumnas, conocida o desconocida. Tampoco el muchacho le había clavado un compás en la raja a algún compañero, no amenazó con un cortaplumas al inspector de patio ni le rayó con un clavo el automóvil a uno de los docentes que se atreven a llegar en este medio de movilización al colegio, aún cuando lo dejen a siete cuadras del establecimiento. Es más, ambos se presentaban correctamente vestidos, usando el uniforme limpio y en el lugar que corresponde, sin mostrar el inicio del “ganguengue” como lo hace la inmensa generalidad, desde séptimo básico hasta cuarto medio. No escribían pico ni zorra en las paredes de los baños.
Como si esto fuera poco, se preocupaban de estudiar y como eran alumnos de segundo medio, aprendieron a leer de corrido y hasta entendían un 15% de lo que leían, porcentaje extraordinario para los tiempos que corren en la cada vez más completa educación “shilena”.
Con todas estas señales, ¿Cómo es posible que nadie del cuerpo docente se haya percatado del verdadero drama que vivían estos muchachos? Suerte que apenas cometieron un asalto y dejaron malherida a la empleada de la casa, pues con esas patologías múltiples de insociabilidad, podrían haberse conseguido un par de escopetas y haberle dado el bajo a unos cincuenta alumnos y una decena de docentes, sin descartar al director de la escuela, ese viejo chico que desde que se le cayó el pelo a los 58 años, usa un peluquín más ordinario que el diputado Alinco.
Muy simple, dice mi perro Horacio, no se dieron cuenta porque estaban preocupados de salvar sus vidas y no caer en las garras de esos 800 energúmenos llamados alumnos y que día a día, entre las ocho y quince horas, se ocupan de martirizar a 26 profesores, los mismos que se encierran con llave en las pocas oficinas disponibles para no terminar despedazados por esa turba que, según Tontín, volverá a ser brillante con dos horas más de matemáticas y tres horas más de lenguaje, como si el problema fuera sólo de los alumnos y de los profesores y no de toda la sociedad chilena.