Friday, December 16, 2011

"Juégatela" por la salud pública.

Después de esperar ¡cinco horas! para ser atendido por un médico internista en el sistema público de salud, el hombre se acercó a la auxiliar de enfermería, ayudante del galeno y le consultó: perdone señorita, pero ¿por qué se demora tanto el doctorcito con cada paciente?. Verá usted, señor, es que el doctor “se la juega” por sus “enfermitos” y les explica detalladamente el pasado, presente y futuro de cada enfermedad, por eso nos vamos del CRS (Centro de Referencia de Salud. Nota para la edición internacional) después de las once de la noche cada vez que el facultativo está en la consulta; sin olvidar que antes atendían tres médicos por tres días a la semana y ahora sólo está este profesional un día a la semana, el único que “se la juega” por la gente pobre, la que no puede pagar una consulta y debe -como usted- esperar hasta que las velas no ardan.
Cincuenta y tres minutos después de esta conversación, el hombre cruzó la puerta del despacho del doctor y vio a un hombre vestido de futbolista, mostrando orgulloso sus “chuteadores”. En la espalda de su impecable delantal blanco, un gran número nueve de color negro y en su mano derecha un balón de fútbol. Es que yo “me la juego” ¿sabe? Mire, con estos zapatos, le pego un “pencazo” a la pelota y la dejo encima del escritorio del director del CRS; el “dire” sabe “al tiro” que “me la estoy jugando” por usted y por todos los pacientes que me visitan. Como si esto fuera poco, tiene colgadas en su pared trasera tres raquetas de tenis, un par de guantes de box y dos trajes para la práctica de las artes marciales, los que sirven, dijo, para asistir a las reuniones de planificación del centro hospitalario y las usaba según los puntos a tratar y la forma en que el suponía que debía “jugársela” por la salud pública. Admitió honestamente estar pasando por un pequeño y momentáneo desequilibrio mental, pero que eso iba a desaparecer según su médico psiquiatra, una vez que se comprara ese juego de palos de golf, tan necesario para adornar la consulta. Extrañamente, atendió al hombre más o menos rápido –sólo 45 minutos- pues tenía que asistir al juego final de una copa sudamericana, no sin antes regalar a su último paciente una insignia de su club favorito y pedirle que lo visitara después de dieciséis años, dado que las horas de los próximos 15 años estaban todas tomadas y entre medio había que ver nada menos que tres mundiales.
Mi perro Horacio, testigo presencial de esta historia, no puede comprender como en el siglo XXI, con tantas herramientas tecnológicas sofisticadas, no es posible hacer un horario de atenciones que permita llegar a las personas momentos antes de la hora de atención; no entiende que sean citadas veinte personas a la misma hora, cuatro de la tarde, y que el último paciente sea visto por el médico pasadas las diez de la noche. Esto es apenas un botón de muestra de la manera en que funciona el sistema de salud pública en Chile, sin contar que en un hospital público de la zona oeste de la capital, los pacientes son internados y tratados en sillas de ruedas en las salas de espera debido a la falta de camas. Cuando un canal de televisión denunció este trato inhumano para con la gente vieja, pobre y más encima enferma, se hicieron presentes ministros, subsecretarios y también políticos “concertraicionistas”, buscando más aparecer en televisión que tratando de dar una solución al problema. Recuerda mi perro que el origen del deterioro del sistema público de salud está en las políticas neoliberales implantadas a sangre y fuego por el felizmente desaparecido sátrapa, que bajó el presupuesto de salud desde un 7% a un 3% del PNB, sin que los gobiernos “concertraicionistas” hayan hecho mucho por mejorar las cosas. Con una salud del tercer mundo, con una educación más mala que una empanada de excremento con salsa de deposición, con una política de viviendas sociales tipo africana, con una justicia que varía de mala a peor, con delincuencia, robos y más encima con Piraña de presidente, ¿de qué país con una inmensa clase media me hablan?. Por suerte, termina Horacio, aún existe en el servicio público de salud un gran capital que la estupidez de todos los anteriormente nombrados no ha podido aniquilar y que mantiene dignamente los restos de salud pública que aún quedan; se trata del personal de hospitales y consultorios, la mayoría abnegados funcionarios capaces de lograr avances con unos elásticos, dos o tres palos y una bolsa con porotos. Prueba de lo anterior es don Erwin, joven kinesiólogo que, usando su ingenio y los añosos instrumentos de que dispone, logra resultados asombrosos en la rehabilitación de sus pacientes.