Thursday, March 26, 2009

Educación Gratuita

No hay tema para esta columna y por eso me permito transcribir lo que me contó la señora Blanca Negrete, pobladora del sector sur de Santiago, cuando fue a matricular a su hijo Brayan White Jofré Negrete a la escuela particular subvencionada más cercana a su domicilio.
¡Buenos días señora!, ¡adelante!, ¿viene a matricular al niño? Tome asiento.
¿Cobro de matrícula?, ¡No, cómo se le ocurre!, sí aquí con la subvención nos basta y sobra, no somos comerciantes, queremos lo mejor para los niños, “The Potato’s School” ayuda al Estado en esta tarea. ¿Centro de padres?, sí, una pequeña cuota de diez mil pesos mensuales para arreglos de la escuela, para los niños, ¿sabe? El uniforme debe comprarlo porque los potatinos somos orgullosos y queremos que se nos distinga; se vende aquí mismo y cuesta veinticinco mil el de verano. A partir de junio, para que los niños no pasen frío, le vamos a tener el uniforme de invierno. Pero no se preocupe, ésta es la mejor escuela particular subvencionada del sector, con decirle que algunos alumnos del quinto básico hasta saben leer. Como es una empresa familiar, mis dos hijas, la Maryori y la Evelyn son profesoras, un sobrino mío, el Vistor Namuel es auxiliar, mientras saca su carrera de profe en la “Uniisidá”. No le mande colación al “Brayancito”, aquí nosotros tenemos un sistema para que los niños no engorden ni traigan comida chatarra que le dicen, y les servimos todos los días una manzana y una papa cocida, serían seiscientos pesos diarios o sea, doce mil mensual. ¿Viven a cinco cuadras de la escuela?, de todas maneras lo vamos a ir a buscar en el furgón escolar de la Potato, el barrio es peligroso y lo hacemos todo por los “chicos”. Barato, veinte mil mensuales por el transporte.
Para gimnasia, tendría que comprar el buzo de la escuela, con el nombre grabado y los colores institucionales, bonito, muy bonito, treinta mil en dos cuotas, alcanza para el año escolar completo. También los cuadernos y los útiles escolares, todos con el logo del colegio. Pero no se preocupe mamita, aquí la educación es gratis, no se cobra ni un peso por la mensualidad. No, no compre ningún libro todavía, ¿libros gratis del Ministerio?, ¡No!, no sirven, The Potato’s School tiene su propia imprenta y fabrica sus propios textos, muchos de ellos con las páginas en blanco para los niños un poco más lentos en el aprendizaje, ¡hay que estar en todas! Esos textos cuestan sesenta y cinco mil pesos, se pagan en tres cuotas, la primera en marzo. Convenios con todas las tarjetas de crédito. Sí, es cierto, usted no se acuerda de mí, pero yo era la señora que vendía papas en la feria, con la nueva ley de “enducación”, instalamos la escuelita, ¿no ve que ahora aquí está la papa? ¿Don Rosalindo?, el está en la feria, no, ahora tiene un camión, los caballos y el carretón los vendimos cuando se inició la era educativa en la familia. ¡Sí, poh!, yo soy la señora Gumercinda, pero todos me dicen con cariño la Gumita, sostenedora de esta noble labor y colaboradora del Estado. Antes que se vaya mamita, ¿nos podría colaborar con unos mil pesitos para arreglar los baños?, ¡todo sea por los niños!, ¿me entiende?
Opina mi perro Horacio que la Gumita no es la culpable de esta situación ni de ninguna similar y de diaria ocurrencia en la amplia mayoría de colegios particulares subvencionados del país, más preocupados del negocio que de la calidad educativa, casi siempre pésima, sobre todo si de sectores pobres se trata. La gran responsable de esta debacle es la ley de educación implantada por el sátrapa y avalada por la “concertraición”.
Horacio no tiene dudas que la nueva ley que se discute hoy en el Congreso, la misma que cuenta con el rechazo de la amplia mayoría de la sociedad, será más de lo mismo, pues los parlamentarios, una vez más, jugarán su juego favorito: cambiar todo para que nada cambie, hasta que no sepamos hacer la letra “o” ni siquiera con una hallulla.

Wednesday, March 11, 2009

Muy mal ejemplo

Se trata de una historia verdadera, ocurrida en la localidad de Requinoa, aproximadamente a 100 kilómetros al sur de la capital (datos para la edición internacional). Hará cosa de unos quince días, un conductor de locomoción colectiva divisó, botada en medio de la calle, una cartera de mujer. Al no haber nadie alrededor de la misma en ese momento, es decir, sin testigos que pudieran observar su proceder, se bajó tranquilamente, recogió la cartera y continuó con su recorrido, labor por la que gana actualmente siete mil pesos diarios. Al llegar al terminal, grande fue su sorpresa al descubrir al interior de la cartera la suma de ¡tres millones seiscientos mil pesos! en efectivo, más unos documentos con otras cantidades de dinero. Sin pensarlo dos veces, don Juanito, que así se llama el personaje en cuestión, buscó en el bolso los antecedentes de la propietaria de la pérdida y la llamó raudamente para que fuera a recoger lo que le pertenecía. Es decir, ¡devolvió el dinero!, no se quedó ni siquiera con un miserable peso, pudiendo haberse embolsicado los millones tranquilamente, pues nadie podía dar cuenta de su hallazgo. Esta hecho se transformó en noticia y se comunicó solamente por un canal chileno de televisión abierta, sin repeticiones, debido a que una vez conocido el suceso, el Consejo Nacional de Televisión ordenó a todos los demás canales no transmitir esta notable acción pues podría convertirse rápidamente en mal ejemplo para la población y sobrevenir un ataque repentino de honradez, el que sin duda atentaría contra el orden económico establecido, al paso que amenazaría con vulnerar gravemente las reglas del libre mercado, el mismo que tanto bienestar y seguridad ha traído al país, modelo de transparencia y buenos negocios.
Demás está decir que la gran mayoría de los partidos políticos emitió rápidamente un comunicado para cerrarle las puertas a don Juanito, pues su accionar, cercano a la santidad, se contrapone gravemente con los fundamentos básicos e intransables de esas colectividades, sin contar que los estatutos partidistas prohíben tajantemente a los militantes llevar a efecto actos tan alejados de la moral con que cada camarada debe proceder en situaciones como la descrita.
El alcalde de la comuna donde vive don Juan, iniciará una campaña para regalar una vivienda totalmente nueva para él y su familia, con la única condición que el inmueble esté ubicado en una comuna distinta, no vaya a ser cosa que a este caballero se le ocurra postularse para alcalde y llegue con sus estrambóticas ideas al municipio, terminando de un plumazo con todos los buenos negocios que por años de años se han llevado a cabo en oficinas y salones edilicios, proyectos todos de una gran rentabilidad para los intereses de la comuna.
El Gobierno enviará en los próximos días un proyecto de ley que impida realizar actos tan irreflexivos como el de este gran conductor de microbuses rurales, los que socavan las bases mismas de la institucionalidad, poniendo en un grave peligro la posibilidad de pasar en un futuro cercano a integrar el primer mundo, gracias a la fluidez y celeridad con que las autoridades negocian la entrada de capitales y desarrollos externos, necesarios para conseguir el fin ya señalado. Como una simple muestra de lo anterior, están las compras de aviones hechas por la Fuerza Aérea y los trencitos comprados en tiempos del Capitán Corneta.
Los únicos que aplauden este gesto de honradez extrema, son la dueña del dinero y mi perro Horacio. La primera por la suertecita que tiene de que exista este bondadoso señor y mi can porque opina que si somos capaces de encontrar diez personas justas y honradas como el señor de Requinoa, talvez aún existan esperanzas. No le cabe duda a mi advertido cuadrúpedo, que estos seres inmaculados tendrán la categoría de pobres, jamás estarán entre la clase poderosa, la misma que dirige los destinos de la Nación, es propietaria de los medios de producción, de los medios informativos y de Chile entero, ya que es sabido que estas gentes no pierden oportunidad de tirar las manos, sin importarles demasiado si se trata de negocios turbios ni quién va a ser perjudicado debido a su deleznable accionar.